Bioconstrucciones; somos lo que habitamos

Bioconstrucciones; somos lo que habitamos


Alejandra Caballero
 
 
El cobijo es algo que todos necesitamos, casi tan imprescindible como la comida como el vestido. Es en esencia nuestra segunda piel, y su historia es tan vieja como la humanidad. Ha transitado desde la cueva al rascacielos; y en ese peregrinaje ha pasado de ser confortable, adecuado al clima, hecho con los materiales a la mano y construido por los usuarios de manera intuitiva, igual que hacen todos los animales del planeta, a ser algo ajeno a las habilidades del homo ciberneticus; no considera la intuición, y en la mayoría de los casos
poco o nada se relacionan con el confort y el ecosistema local.
Este cambio en la forma de construir ha generado una importante huella ecológica, contribuyendo de manera significativa a la contaminación ambiental y al consecuente cambio climático y demás calamidades planetarias.
Construir una casa con técnicas convencionales basadas en el uso del cemento y el acero significa, por ejemplo, que por cada tonelada de cemento se emitan a la atmósfera 478 kgs de dióxido de carbono, mismos que necesitarían una cuarta parte de hectárea de árboles adultos para poder ser capturados.
Considerando que una casa de tamaño medio usa más de 20 toneladas de cemento, se necesitarían por cada una de ellas cinco hectáreas de bosque para poder contrarrestar sólo los efectos de la contaminación causada por el dióxido de carbono, sin contar todas las demás consecuencias de su fabricación, como la generación de dioxinas (compuestos orgánicos persistentes, cancerígenos, bioacumulables, incoloros, inodoros, disruptores hormonales y altamente tóxicos) que igualmente generan la fabricación de acero, pvc, viniles, entre otros. Esto significa que para que este planeta sobreviva necesitamos más bosques que casas.
La lista de contaminantes emitidos por concepto de construcción convencional es interminable: plomo en pinturas, tóxicos volátiles en solventes, pegamentos, plásticos y, lo más importante: un enorme consumo de combustibles fósiles, tanto en la fabricación de la casa, como en su operación y su consecuente emisión de tóxicos al aire, agua y suelo.
Cuando escuchamos estadísticas, como la que indica que en México 70 por ciento del cemento lo consume la “constructora pueblo”, es decir, gente como usted y como yo, crece la esperanza de poder cambiar el paradigma en la construcción de casas y es justo aquí donde la propuesta de la bioconstrucción cobra sentido.
La bioconstrucción, la construcción natural o ecológica comparte con la medicina natural o la agricultura orgánica una manera de entender la vida desde la conciencia de nuestra reponsabilidad ambiental; “somos lo que habitamos” y la propuesta es construir un cobijo saludable sin destruir el entorno.
En permacultura, la bioconstrucción la vemos aplicada en la zona cero donde se enriquece con el resto de las zonas y comparte con el diseño permacultural diversas herramientas, siendo una de las más valiosas la
observación de los ciclos naturales, del movimiento del Sol, de la dirección del viento, del tipo de suelo, de la vegetación nativa; en fin, de quello que nos sirva para poder decidir la orientación, la selección de materiales, la vegetación circundante y hasta la forma que ledaremos. Los elementos naturales y el ecosistema local definen el diseño de la casa.
La bioconstrucción nos invita a utilizar materiales locales, tanto por ser los más adecuados al clima, como por el ahorro de combustibles, al no tener que transformarlos y transportarlos grandes distancias; nos permite recuperar habilidades olvidadas y tener acceso a conocimientos que creíamos exclusivos de los “expertos”; digamos que democratiza el proceso constructivo.
Las casas vernáculas son bibliotecas vivas donde podemos documentarnos acerca de las técnicas que han permanecido durante años, además de descubrir los secretos de adecuación al clima.
Las técnicas constructivas empleadas en la bioconstrucción son aquellas que permitan tener una casa saludable, hermosa, confortable y duradera. La elección de las técnicas es muy importante, ya que tenemos que tomar en cuenta la disponibilidad de los materiales y los efectos bioclimáticos que queramos lograr.
Así, por ejemplo, mientras los muros de tierra (adobe, cob, tapia, etc.) son una termomasa, es decir, que acumulan calor y luego lo liberan, las pacas de paja son un excelente aislante, el cual guardará el calor o el frío que las ventanas o puertas proporcionen.